7 maggio 2013

LECTIO DIVINA, Dom. de la Ascensión, (Lc 24, 46-53), Ciclo ‘C’

Juan José Bartolomé, sdb


Lucas cierra su evangelio con una especie de testamento del Señor resucitado a sus discípulos. Antes de dejar la tierra definitivamente para sentarse junto a Dios, los deja bien instruidos: les explica lo acontecido a la luz de las Escrituras, les encomienda el mundo como misión para predicar la conversión, y les reitera la promesa del Espíritu.
Jesús deja preparados a sus discípulos; les da su propio Espíritu y una misión universal por cumplir. Los discípulos no se sintieron huérfanos de su Señor, aunque lo perdieron de vista y esperaron el Don prometido, su Espíritu. Vivieron con gozo y sabían que estaban con Dios; sabían lo que tendrían que hacer y con lo que contaban para realizar su misión: permanecerían en Jerusalén hasta que les llegara el Espíritu prometido y el momento de partir para empezar su misión en el mundo.
La ausencia de Jesús no es descorazonadora, si se espera al Espíritu Santo que nos envían el Padre y el Hijo. Está por llegar. Mientras haya alguien a quien anunciarle a Cristo, habrá un motivo para esperar la llegada del Espíritu. Dios Padre ha dejado el mundo en nuestras manos. No nos ha dejado solos, sin saber qué hacer; con Él, con el Espíritu de Dios, la evangelización es posible y ser de Cristo es darse a la tarea evangelizadora para hacer presente su Reino. Esta es su obra y la pueden realizar los que bendicen al Señor con su vida, con sus palabras y sus obras.

Seguimiento:
46. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día
47. y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
48. Ustedes son testigos de esto.
49. Ahora yo voy a enviar sobre ustedes al que mi Padre prometió. Por eso, quédense en la ciudad hasta que hayan sido revestidos de la fuerza que viene de arriba”.
50. Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.
51. Mientras los bendecía, se separó de ellos, subiendo hacia el cielo.
52. Se postraron ante Él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría;
53. y estaban siempre en el templo, bendiciendo a Dios.

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice
La narración lucana de la ascensión de Jesús describe dos consecuencias que surgen, necesarias, de su resurrección: la desaparición física de Jesús, pues ha sido recibido ya en el cielo; la misión que tienen que cumplir sus discípulos, cuando llegue el Espíritu prometido. Jesús dejó huérfanos a sus discípulos, pero no ociosos; los dejó esperanzados y con mucho por hacer.
El tiempo que sigue a la ascensión de Jesús es tiempo de orfandades y vacío que se tiene que llenar con el testimonio como tarea y el Espíritu, como viático.
La versión que Lucas presenta, insiste en tres peculiares afirmaciones: 1º. Lo sucedido cumple la Escritura, que anunciaba el plan de Dios. 2ª. Es el tiempo del testimonio, y con la fuerza de lo alto, se hace una misión por realizar, gracias al Espíritu. 3ª. Y con Él y por Él, quienes la realizan, son bendecidos por Dios, siendo capaces también de bendecir.
Aunque huérfanos de su Señor, los discípulos se sienten llenos de alegría, y bendecidos por Dios.
Vivir esperando la venida definitiva del Señor supone saberlo lejos de nosotros, a la diestra de Dios.
¿Por qué la comunidad cristiana no tiene el empuje para testimoniar a Jesús, que sigue presente en el mundo, ya que su presencia es espiritual?
¿No será que nos falta fe, esperanza y amor a Dios, Padre, a Jesús, Señor de nuestras vidas y a su Espíritu?
El ser testigos es mandato de Jesús exaltado y un testamento para los discípulos. No pueden considerar la misión apostólica como libre profesión o como una acción que pueden hacer o no hacer. Antes de cumplirla, son bendecidos por Dios.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida
La fiesta de la Ascensión de Jesús celebra su partida de este mundo. Subiendo al cielo, Jesús culminó su paso por la tierra: tras nacer y crecer como un hombre, tras convivir con los hombres y predicarles el Reino de Dios, tras morir por todos los hombres y dejarse ver por algunos, Jesús se separó de ellos; los dejo solos en el mundo.
Tendría que sorprendernos que los cristianos consideremos una gran fiesta el día en el que Cristo se separó de sus discípulos, privándoles de su compañía y de su consuelo: ¿Qué hay de feliz en una jornada donde la comunidad cristiana perdió de vista lo que mejor tenía y se quedó sin lo que más necesitaba, Cristo Jesús? ¿Por qué recordar ese día, precisamente hoy, cuando parece que la desaparición de Jesús de nuestra tierra es definitiva, tras dos mil años de su ausencia?
¿No es verdad que los discípulos de Cristo hoy lo extrañamos? ¿No es cierto que lo que mejor percibimos en nuestro mundo es su ausencia? Nos quejamos, y no sin razón, de lo abandonados que estamos. ¿Pero qué hacemos para que las personas lo sientan vivo y esperen su regreso?
¿De qué nos sirve que Él esté con Dios a nosotros? Sentir la ausencia de Dios en nuestro mundo, sufrir por su desaparición real, no debería entristecernos. ¡Todo lo contrario!
Los discípulos que vieron desaparecer en el cielo a Jesús volvieron a Jerusalén con gran alegría. Jesús que se despidió de los suyos bendiciéndoles, los dejó bendiciendo a Dios; aminoraron la pérdida de vista de su Señor, estrenando alegría y dedicándose a la oración.
Es característico de la vida cristiana saber que Dios, alejado de nuestra tierra, no nos abandona.
Los cristianos no tenemos en la tierra a Dios; no lo tenemos al alcance de nuestras manos, pero lo podemos alcanzar en el corazón. Extrañarlo es recordarlo con intensidad. En cuanto más sintamos su lejanía, tanto más desearemos su presencia; si percibimos su ausencia, viviremos preparándonos para su regreso.
El discípulo sabe que no encontrará en este mundo al Señor, porque sabe que se ha adelantado al cielo; no desespera por volverle a ver, porque sabe que Él lo espera allá, y que se encontrarán para no separarse nunca más. Eso es el cielo, el estado de comunión con Dios, en el amor.
Él está en el cielo intercediendo por nosotros; podemos estar seguros de no haber sido abandonados. Jesús no está aquí, porque está abogando ante el Padre por nosotros. Al sentir la ausencia de Cristo en nuestro mundo, avivemos su recuerdo y crezcamos en la seguridad de su intercesión.
El cristiano no duda de encontrarse con el Señor Jesús. Él se fue de este mundo, pero no nos deje solos; no estamos perdidos, ya que siempre está con nosotros.
Si no tenemos a Cristo en la vida a nuestro lado, es porque está desde Dios velando por nosotros. Nos ha dado una tarea para cumplir, mientras Él está ausente.
Dijo Jesús a sus discípulos: “Ustedes son mis testigos”.
Sabiendo que Dios vela desde el cielo por nosotros, nos hacemos cargo de evangelizar este mundo; cuántos hermanos viven sin preocuparse porque Cristo Jesús se fue y no esperan su regreso.
El cristiano, lejos de lamentarse por esa ausencia, que no es definitiva, vive en medio del mundo haciéndolo presente. Ese es un reto para todos los bautizados.
Mientras Dios no vuelva, mientras su voluntad y su Reino no sean una realidad entre nosotros y en nosotros mismos, tenemos la obligación de presentarnos ante el mundo como los lugartenientes de Dios, siendo hombres y mujeres que viven para recordar a todos que la lejanía de Dios, es sólo aparente, porque Él está siempre con nosotros.
Esta fiesta es una invitación a hacerlo presente, viviendo según su voluntad y testimoniando sus exigencias. La ausencia de Dios en este mundo es realmente abrumadora, pero no porque Cristo Jesús se haya ido, sino porque sus discípulos están dejando de ser testigos de la esperanza.
Saber que contamos con el Señor porque está con Dios, que le tenemos en el cielo abogando por nosotros, tendría que devolvernos la confianza en la misión que nos ha confiado; si nosotros nos encargamos de evangelizar el mundo lo encontrará.
Nuestra vida de fe le nos ayudará a descubrir el rastro de Dios en lo que somos y hacemos. Ella nos dará la capacidad para identificar las huellas de la presencia de Dios; si nos ocupamos en hacerlo presente, no podemos sentirnos abandonados ni creernos perdidos en la vida.
No es posible dejar que el abatimiento nos envuelva; hay tantas personas a las que necesitamos alentar; éste no es el momento para silenciar a Dios; ha llegado la hora de testimoniarlo.
Para que nos sea más llevadera nuestra tarea, nos ha sido prometido la fuerza de lo alto, su mismo Espíritu. La ausencia física de Jesús no supone que Él nos ha dejado sin Él: quienes tienen la tarea de representarlo en el mundo tendrán también la asistencia de esa fuerza interior, que es divina.
Los primeros cristianos se sintieron alegres cuando Cristo se alejó, y se dieron a la tarea que les dejó, si bien era difícil.
No nos sentiríamos huérfanos, no nos parecería que Jesús está lejos de nosotros si fuéramos capaces de sentir en nuestro corazón la fuerza de su Espíritu. La alegría de vivir y darnos a la oración y a la acción a favor de lo bueno. Esa es la prueba de que hemos entendido por qué se fue Cristo y qué misión nos ha dejado, para realizarla abiertos a la acción de su Espíritu. Nosotros viviremos esta semana esperando su llegada para llenarnos de Él. Su Palabra es una promesa para todos.
El Espíritu de Jesús lo tienen en su corazón quienes se ocupan, con alma, vida y corazón de predicar y dar testimonio. Vivir hoy para recordar al mundo que Cristo no se ha ausentado de él, sigue despertando interés. Dios vive preparándole el porvenir a quien se ocupa de lo suyo, como discípulos misioneros.

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:
Padre Dios, haznos comprender lo que significa esta fiesta para nuestra vida personal y comunitaria. Haz que aprendamos a vivir la misión evangelizadora que le encomendaste a tu Hijo, Cristo Jesús, y Hermano nuestro.
Él no nos ha dejado; su presencia es una verdad de fe. Que creamos en ella. Que tomemos en serio la misión y ella sea nuestra fuerza interior para que sepamos llegar a los tristes, a los descorazonados, a quienes creen que tienen todo porque poseen bienes materiales, pero no te reconocen ni te buscan.
Que tu ascensión nos recuerde que nosotros también vamos a ir al cielo contigo y como Tú, y no solos, sino acompañados de quienes nos has dado como compañeros de camino. Que siendo hombres y mujeres de esperanza le demos al mundo la fuerza que necesita para ir a Ti. Que seamos testigos de tu presencia y de tu acción, ‘aquí y ahora’. ¡Así sea!


Nessun commento:

Posta un commento