22 giugno 2013

LECTIO DIVINA, XII Dom, Ciclo ‘C’ (Lc 9, 18-24)

Juan José Bartolomé, sdb

Es usual en Lucas preparar con tiempos de oración los momentos decisivos del ministerio de Jesús. Esta vez Jesús pregunta a sus discípulos sobre su identidad, obligándoles a tomar partido en público; contrasta el interés de Jesús por la opinión pública, que era habitualmente de poco interés: quiere que los suyos se sientan cuestionados por él doblemente: les pregunta que piensan de su persona.
Lograda una respuesta no muy satisfactoria, Jesús se le presenta. Tras la confesión de Pedro, les anuncia que debe morir para ser lo que ellos dicen que es; con esto no contaban los discípulos, que corren siempre el riesgo de imaginarse a su Señor como mejor les conviene, como más lógico se les hace. Quien se sienta con ganas de seguirle ha de saber que le espera una cruz. La escena anuncia el camino que piensa recorrer Jesús e indica, con no menos claridad el que ha de recorrer por el discípulo que desee ser fiel: ha de compartir la oración y la intimidad con Jesús para conocerle de verdad; pero habrá de aceptar la cruz, la de Jesús y la propia, para llegar a la seguridad de haberlo conocido personalmente.

Seguimiento:

18. Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»

19. Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»

20. Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: — «El Mesías de Dios.»

21. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.

22. Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»

23. Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.

24. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.»

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice.

Antes de tomar la decisión de ir a Jerusalén, “una vez llegado el tiempo de su partida de este mundo” (Lc 9,51), Jesús se dedicó a preparar a sus discípulos (Lc 9,1-50): una primera y exitosa misión de los doce (Lc 9,1-6) había suscitado perplejidad en Herodes (Lc 9,7-9) y un enorme deseo en la multitud de seguir a Jesús (Lc 9,10-10) quien aprovechó la ocasión para alimentarles con su palabra (Lc 9,11) y con un pan milagrosamente multiplicado (Lc 9,12-17).

A solas con sus discípulos, Jesús les somete a un interrogatorio: quiere saber qué se dice sobre Él (Lc 9,18) y qué es lo que ellos piensan (Lc 9,20). Su estancia en Galilea está llegando a su final; el cuestionamiento a sus más allegados tiene por objetivo tomar conciencia del resultado de su misión

Es obvia la transcendencia que Lucas da al episodio por el modo cómo lo inicia: Jesús estaba en oración, acompañado de sus discípulos, y los interrogó. A diferencia de Marcos y Mateo que sitúan las preguntas de Jesús en Cesarea de Filipos (Mc 8,27; Mt 16,13), Lucas las enmarca en un momento de soledad y oración.

El tercer evangelista suele vincular los momentos críticos del ministerio de Jesús con un tiempo de oración (Lc 3,21; 5,16; 6,12; 9,18,28-29; 11,2; 22,41.44-45; 23,46). No es indiferente que Jesús ‘examinara’ a sus discípulos mientras hablaba con Dios: estas preguntas no fueron simple curiosidad; no quería saber qué se pensaba sobre él, sino hace de ese momento un acto de piedad para con su Padre, que es también Padre de ellos.

El interrogatorio se redujo a dos preguntas: lo que pensaba la gente (Lc 9,18) y lo que decían los discípulos sobre Él (Lc 9,20). El orden de las cuestiones no es fruto de la casualidad. Los discípulos deben ‘saber’ lo que se dice sobre el Maestro y lo que dicen, trasmite bien la confusión que entre el pueblo se daba… no sabían quién era ni qué tenía que hacer, pero sí tenían grandes expectativas respecto a su persona.

El pueblo veía a Jesús relacionándolo con las figuras que habían significado para el pueblo (Lc 9,19). Solo Pedro, respondiendo en nombre de los demás, fue capaz de confesar la novedad: Vio a Jesús según Dios, como el Mesías esperado (Lc 9,20).

Sorprende la terminante prohibición que les hace Jesús de no testimoniar la auténtica fe, por vez primera proclamada por Pedro.

Él acertó en la confesión que hizo: si era el Mesías, pero no sabía en ese momento cómo iba a terminar su mesianismo. Jesús le pide que ‘silencie’ su fe. Para que nuestra fe sobre Jesús sea ortodoxa, hay que aceptar el proyecto que Dios tiene; Él sabe qué es lo que mejor conviene.

Quien no piensa como Dios – que el Mesías ha de sufrir – no puede confesar a Jesús como lo que es: el verdadero Mesías (Lc 9,22).

¡Y eso no es todo! Lucas anota que la última advertencia la dirigió Jesús a todo el que le oyere, no solo a sus seguidores (Lc 9, 23-24). Hace aquí, por vez primera, el seguimiento facultativo (si alguno quiere…), porque va a poner las condiciones, que muy pocos querrán asumir: ‘negarse a sí mismo y cargar con la cruz., la de Jesús, que acaba por ser de quien tiene el valor de seguirlo’.

La cruz, de la que no se salva ni el Mesías de Dios ni sus seguidores, no es de libre elección: es la garantía de que tanto el Maestro como quienes se hacen sus discípulos son de Dios.

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

Los discípulos fueron, seguramente, los primeros en sorprenderse ante la doble pregunta que Jesús les hizo. Habían caminado con Él recorriendo toda la Galilea, presenciando sus milagros, oyendo sus discursos, compartiendo su trabajo y su descanso. Tenían por fuerza que conocerlo bien; tanto tiempo de convivencia los había familiarizado con el Maestro y, ciertamente, ya se habían hecho una idea de su persona y de las intenciones que tenía; no en vano le seguían donde fuera y habían dejado todo cuanto tenían por Él.

Ellos se habían interesado por Jesús, le preguntaban, querían saber qué pensaba, cuál era su doctrina; no se imaginaban que un Jesús se interesara por saber la opinión que circulaba entre la gente sobre su persona ni, mucho menos, que le interesara saber la suya.

El cristiano, y cada uno de nosotros, no podemos ir por la vida sabiendo quién es Jesús desinteresados por lo que los demás piensan de Él.

El interés personal por Jesús, el saberlo ‘enviado por Dios’, debería hacernos capaces de comunicar esa actitud… Quiénes están cerca de nosotros tendrían que compartir el conocimiento y el amor que le tenemos al Maestro; si estamos entusiasmados por Él, tenemos que ser sus propagandistas; quien es buen discípulo, desea que el mundo también lo sea.

Quizá nuestro desinterés en saber si los demás comparten nuestras ideas sobre Jesús y nuestro compromiso con Él, no sea más que efecto del poco aprecio que le tenemos y de nuestro desconocimiento: si no tenemos una opinión hecha sobre Jesús, lógicamente no nos interesará mucho que la tengan los demás; si no le amamos de verdad, no nos dolerá la indiferencia que reina a nuestro alrededor.

Para suscitar interés hay que estar interesado. Si queremos sentirnos discípulos de Jesús hoy, debemos responder también esa pregunta que traspasa el tiempo y las distancias: ¿Quién es Él para nosotros?

Jesús no le preguntó su opinión a las personas, sino a los suyos, a los que estaban cerca de Él. Con ello les daba una lección magistral, que sigue siendo de actualidad para todos. Interesarse por el Señor sin interesarse por lo que sobre Él piensan los otros, no es digno de ningún discípulo.

Mientras nos interesemos por lo que los demás dicen de Cristo, nos seguirá interesando Él, su persona y su doctrina; es la indiferencia del discípulo la causa de que se silencie al Maestro en nuestro mundo. Si nuestro modo de vida, mejor que nuestras palabras, lograran cuestionar los modos y las modas con que viven nuestros contemporáneos y les hiciéramos la misma pregunta que Él hizo, seríamos los discípulos que Él necesita que seamos.

No basta con saber la opinión de la gente: los discípulos históricos de Jesús tuvieron un día que responder personalmente ante Él. Más tarde o más pronto, quizá ya todos, alguna vez y tendrán que responder a su pregunta:

Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? ¿Quién soy yo para ustedes? Esta pregunta, y no la convivencia de muchos días, es la que, si la respondemos como lo hizo Pedro, nos haremos discípulos auténticos de Jesús.

Todo cristiano ha quedado invitado por Jesús a decirse a sí mismo y a decirle al mundo, quién es Cristo Jesús, si le importa, si lo quiere de verdad. Sin responder a esta pregunta, tan personal, tan comprometedora, el discípulo de Jesús no se gana el título.

Esta pregunta no es solo una prueba, sino una gran oportunidad. Pues en ella el discípulo aprecia que su Maestro lo toma en serio, y que su opinión cuenta para él.

El cristiano que se da cuenta que Dios le pide su opinión, está en su mejor momento para responderle. si su opinión, si su postura personal le ha importado a Dios, es seña de que Él cuenta con su persona, con lo que es y hace, y sobre todo con lo que puede hacer.

Pero eso lo llega a saber quién se sabe cuestionado por Dios, quién lo conoce y puede decir quién es Él. Tomar postura, definirse es actitud del discípulo.

Definirnos ante el mundo como cristianos, decirnos a nosotros mismos y a los demás quién es Jesús para nosotros, es una forma de sabernos tomados en cuenta por Dios.

No es casual que mientras más nos estamos negando a dar testimonio público de Jesús en nuestra sociedad, tanto más nos estemos sintiendo abandonados por Él; declararnos a su favor nos hará conocer que Dios se ha declarado primero a favor nuestro.

La seguridad de la fe en Dios se mantiene dando fe de la opción por Él. Al interesarse por la opinión que Él merece, es reconocer cuánto Él ha hecho por sus hermanos. El discípulo que hoy sabe que tiene que dar testimonio de Jesús no puede sentirse dejado de Dios: quien cuenta su opinión, cuenta con Él.

Debemos testimoniar a Jesús públicamente. Él pidió a cuantos le acompañaban que se definieran, que le declararan lo que sobre él sentían.

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto:

Dios Bueno, te pedimos que nos hagas de aquellos discípulos que supieron dar razón de su fe. Que nos dejemos cuestionar por tu Hijo, que nos interesemos cada día más por Él y por lo suyo, que comulguemos en intereses con quien primero se interesó por nosotros, ofreciéndonos su amistad.

Te pedimos que haya muchos y muchas verdaderos discípulos; que al conocer tu Misterio, lo vayamos viviendo. Que descubramos el valor de la cruz, y la abracemos, aunque nos cueste. No permitas que nos confunda el mundo con sus falsas propuestas. No dejes que nos acobardemos ante las exigencias de tu seguimiento. Que como tu Hijo, Jesús, nuestro Hermano, sepamos ir cuesta arriba, a donde Tú nos estás esperando, para darnos vida, y dárnosla en abundancia. María, haznos capaces de abrazar nuestra cruz, como la abrazó tu Hijo. ¡Así sea!

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