4 luglio 2013

LECTIO DIVINA, XIII Dom, Ciclo ‘C’ (Lc 10, 1-12. 17-20)

Juan José Bartolomé, sdb

En la narración de la misión de los setenta y dos discípulos, Lucas presenta el programa de Jesús para su comunidad que va a misionar: la escasez de obreros pone en camino a quienes con su mansedumbre, pobreza de recursos, desinterés personal y decisión total, deben acercar el Reino de Dios a los hombres de forma eficaz y sensible.  La misión evangelizadora ha de ser llevada a cabo según la voluntad del que envía; la obediencia capacita al apóstol para hacer portentos.
Quien es enviado a predicar el evangelio no puede hacerlo según se le antoje; al enviado se le impone una tarea: La evangelización y las condiciones de su realización. La alegría la gana el discípulo tras regresar de la misión cumplida: satisfacer el propio deber satisface al mandado. De sus manos salieron milagros y Dios ya conoce sus nombres. La recompensa a la labor misionera no puede ser mejor. Pero más que el triunfo experimentado, tienen que valorar el que han sido ya considerados por Dios súbditos de su Reino. Lo que llena al misionero es saberse conocido por su Dios, mientras  él lo dé a conocer en el mundo.

Seguimiento:

1.  En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
2.  Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen al dueño de la mies que mande obreros a su mies.
3.  ¡Pónganse en camino! Miren que los mando como corderos en medio de lobos.
4.  No lleven talega, ni alforja, ni sandalias; y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
5.  Cuando entren  en una casa, digan primero: "Paz a esta casa".
6.  Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos su  paz; si no, volverá a ustedes.
7. Quédense en la misma casa, coman y beban de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No anden cambiando de casa.
8. Si entran en un pueblo y los reciben bien, coman lo que les  pongan,
9.  Curen a los enfermos que haya, y digan: "Está cerca de ustedes el Reino de Dios."»
10. Cuando entréis en un pueblo y no los reciban, salgan a la plaza y digan:
11.  "Hasta el polvo de su pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre ustedes. De todos modos, sepan que está cerca el Reino de Dios."
12.  Les digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.» 
17.  Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» 
18. Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
19.  Miren: les he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no les hará daño alguno.
20.  Sin embargo, no estén alegres porque se os someten los espíritus; estén  alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo.»

I. Lectura: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice.

El pasaje es la crónica de la ‘segunda’ misión apostólica que Jesús realizó durante su ministerio (Lc 10,1-16; cfr. Lc 9, 1-6).
La lamentable supresión, en esta versión litúrgica, del pasaje referente al rechazo de Jesús y su grave reproche (Lc 10,13-15) junto al anuncio del rechazo de sus enviados (Lc 10, 16) priva a la instrucción de su carga dramática.
Solo Lucas menciona esta misión de los setenta y dos; la tarea encomendada y el modo de realización sigue el modelo de la primera (Lc 9,1-6); concluye, y es significativo, anotando la alegría que causó en los enviados el éxito de la misión (Lc 10,17), confirmado – y corregido – por el mismo Jesús : con ser prueba del triunfo del evangelio la victoria sobre el mal, lo que más debe interesar a quien evangeliza no son sus poderes sino su propia salvación (Lc 10,19-20). 
La misión de los setenta y dos – el número de pueblos de la tierra según Gn 10 o el de los ancianos elegidos por Moisés para ayudarle en su tarea, según Nm 24 – no está justificada: es una decisión totalmente personal de Jesús.
Para que su testimonio sea creíble, irán de dos en dos (cfr. Dt 19,15): Jesús hace que la
misión sea ‘comisión’, no tarea individual sino empeño compartido. Ha multiplicado el
número de sus enviados, no solo para enviarlos a todos los lugares donde él pensaba ir (Lc 10,1), sino también ‘porque la mies es mucha y los operarios pocos’ (Lc 10,2 Mt 9,27-28; Jn 4,35). 
Es muy significativo que la primera consigna que dé a sus enviados sea la de rezar para que aumente su número (Lc 10,2): la labor evangelizadora ha de empezar rezando, pidiendo a Dios un más nutrido grupo de evangelizadores.
Los que van se han de saber pocos en comparación con la tarea que emprenden. La han de emprender, confiándose a Dios.
El enviado no tiene tiempo que perder, sino una obediencia que cumplir: saberse mandado lo pone inmediatamente en camino.
Ha de saber que va a encontrarse amenazado y que ha de renunciar a la seguridad que dan las normales provisiones y a distraerse durante el camino (Lc 10,3-4).
Quien acoja el mensaje, podrá acoger al mensajero; quien rechace el evangelio, será rechazado, y sin contemplaciones, por el evangelizador: el enviado de Jesús vive y reposa donde el evangelio ha sido aceptado. Al apóstol de Jesús no le pertenece ni el polvo del lugar donde no se ha aceptado su predicación.  No es casual que la misión finalice cuando los misioneros dan razón de su hacer y testimonian la alegría que sienten por haber sido evangelizadores: han experimentado el poder del evangelio sobre el mal (Lc 10,17).
Jesús añade otro motivo de mayor alegría: Sus nombres están ya registrados en el libro de la vida (Ex 32,32-33; Sal 69,28; 138,16), pueden contar con estar definitivamente a salvo (Lc 10, 20).
¿Puede haber mayor recompensa para una misión de obligado cumplimiento?

II. Meditación: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

Acuciado por la urgencia del Reino y queriendo multiplicar su predicación, Jesús  decidió compartir su misión personal con un grupo que escogió bien. Como le preocupaba encontrar nuevos oyentes para su evangelio, vio necesario recurrir a nuevos predicadores y los buscó entre quienes ya estaban con Él.
Jesús sigue queriendo, seguidores que le precedan anunciando el Reino. Los discípulos no lo son para quedarse siempre junto a Jesús. Acabarán un día por convertirse en sus testigos. Jesús necesita de todo aquel que se precie de ser discípulo, para preparar sus caminos. Sin enviados que lo antecedan, no podrá preparar su venida ni contará con un merecido recibimiento.
Los envió de dos en dos. Sus seguidores fueron llamados para preparar su llegada con la predicación del Reino. Esa fue decisión de Jesús. Además de ser un episodio histórico, nos descubre uno de los elementos más importantes, y menos atendidos de la naturaleza del discipulado: Jesús convierte a sus seguidores en misioneros. Envía a quienes conoce: apóstoles son solo los que le han estado con Jesús y son sus enviados.
El envío supone la obediencia de los enviados. Jesús piensa en quienes han convivido con Él para que sean  sus lugartenientes.  El discípulo de Jesús, tarde o temprano, será enviado al mundo en su lugar y con su poder.
Pensemos: El mundo, como la Galilea en los tiempos de Jesús, necesita de Dios; faltan testigos que lo anuncien. La escasez fue, y es, tan grande hoy como ayer.
Jesús quiso que se rezara al Dueño de la mies, para pedirle trabajadores. La oración es una exigencia para la misión. Jesús manda que oren aquellos que van a ser enviados: pedir operarios no exime de ir a trabajar; más bien, la oración es la mejor preparación, la etapa previa, antes de ser enviados.
No lo deberíamos olvidar todos los que, por ser seguidores de Jesús, somos o seremos un día sus enviados. Los evangelizadores deben rezar antes de evangelizar. Preguntémonos
si podemos contentarnos con pedir que Dios mande apóstoles al mundo, negándonos a ser nosotros los enviados.
¿Nos disponemos desde la oración y el contacto con la Palabra a ser misioneros, aquí y ahora?  Si somos buenos discípulos de Jesús, tenemos que sentirnos llamados a representarlo en el mundo.
Jesús no quiere a su lado discípulos miedosos. Él quiere gente que esté dispuesta a ir donde sea necesario, sin exigencias, con generosidad y valentía.
No nos quedemos tranquilos pidiendo que venga el Reino de Dios a nosotros, sin ofrecernos a construirlo ya y donde Él nos necesite. Es tanta  la necesidad que tiene el mundo  de Dios, ¿por qué no nos sentimos también enviados y nos damos a la misión con todas nuestras posibilidades?
Lo primero que ordenó Jesús a quienes iba a enviar fue rezar para que Dios mandara operarios a su mies. Está claro que una manera de saberse enviado es haber sentido la necesidad de pedir misioneros para nuestro mundo.
Que no nos duela ver lo alejado que está el mundo de Dios, sino que nuestra oración la acompañemos de la disponibilidad para ir también nosotros a predicar a Jesús y su evangelio.
A los que Jesús envía al mundo, los ha hecho, primero, sus confidentes, pues ha compartido su vida y su oración con ellos; después los ha convertido en sus representantes. Los aconseja para que puedan llevar adelante la misión nada fácil de realizar, porque van como ovejas entre lobos…
Los apóstoles de Jesús se sentirán acosados y no tendrán grandes seguridades; irán  ligeros de equipaje, sin más provisiones que la paz y la urgencia de hacer presente el Reino de Dios. Eso les bastará y les llenará su corazón.
Si nos dedicamos a Dios por entero, Él nos cuidará; esta es su promesa. Tendremos nuestro hogar donde sea acogida su Palabra; descansaremos donde hay quien la acepte.
Pueden parecer duras e inauditas lo que Jesús pide a quienes va a enviar a la misión; el problema no es que sean duras las condiciones que impone Jesús a sus apóstoles sino que por no llevar el Reino de Dios en el corazón, no nos sentimos capaces de vivir tales exigencias, ni valoramos lo suficiente lo que es misionar con Cristo y como Él lo hizo.
Jesús le propone al evangelizador el desprendimiento, pero no hay pobreza para quien tiene el Reino en su corazón y en sus manos.

III:  ORAMOS   nuestra vida desde este texto

Dios Bueno, gracias porque has querido que tu Hijo compartiera con nosotros su misión. Gracias porque donde Él nos envía a misionar para hacer presente tu Reino está nuestro lugar, y es ahí donde tenemos que sentirnos felices. Ayúdanos a hacer nuestros tus proyectos, y que con la fuerza de tu Espíritu, sepamos desprendernos de lo que no nos deja misionar,  ‘como Él lo hizo’.

Que seamos valientes. Haznos no solo buenos discípulos, sino testigos creíbles, que de la mano de María, tu Madre y  la Madre de todos los evangelizadores,  no nos cansemos de hacer presente tu Reino siempre y donde sea.  ¡Así sea! 


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