12 ottobre 2013

Lectio Divina - Año C. 28º, Domingo T. O. (Lc 17,11-19)

Juan José Bartolomé, sdb

Un día Jesús iba a Jerusalén; pasó por una aldea, en la que había un grupo de enfermos de lepra. No era su intención encontrarse con ellos: no iba a buscarlos, pero no se hizo ajeno su necesidad; ellos le rogaron que les tuviera compasión. No los buscó, pero tampoco los evitó.
En los tiempos de Jesús, el leproso era una persona que había que esquivar, por eso, le molestó tanto que no volvieran a agradecerle la curación. Sólo uno, el samaritano, el extranjero, aquel de quien menos se podía esperar, regresó curado y alabó a Dios. Se salvó.
Una fe, hecha de gratitud y alabanza, hizo de su reencuentro con Jesús un encuentro con el Dios salvador.
Este episodio nos da la oportunidad de revisar qué tan capaces somos de agradecerle a Dios lo que Él nos da. Libres de nuestras dolencias, superada nuestra necesidad, al sentirnos curados, ¿regresamos a Él? Cuando le necesitamos le buscamos, pero habiendo recibido sus beneficios le olvidamos. Somos desgraciados: No queremos perder tiempo en agradecimientos, pero esa actitud nos lleva a perder la fe y con ella la salvación.

SEGUIMIENTO
11. Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
12. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos
13. y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
14. Al verlos, les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.
15. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos
16. y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
17. Jesús tomó la palabra y dijo: - «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
19. Y le dijo: - «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

Lucas recuerda un hecho casual acaecido al ir Jesús a Jerusalén. Lo presenta como una catequesis sobre la salvación y cómo llegar a ella. La iniciativa no parte de Jesús – su objetivo declarado es llegar a Jerusalén (Lc 17,11), – en el relato es él el protagonista. Su palabra domina la escena.
El episodio tiene dos partes: La primera narra con extrema brevedad la curación (Lc 17,12-14)). A la entrada de un pueblo entre Samaria y Galilea, unos leprosos se acercan a Jesús. La enfermedad, terrible por el aspecto exterior y temible por el contagio que provoca, era vista como una maldición divina; imponía la total marginación – social y religiosa – de cuantos la padecían.
De hecho, desde la lejanía y a gritos, logran atraer la atención de Jesús. (Lc 17,13) Los leprosos no piden su curación, sólo buscan compasión del rabino que pasa por el pueblo. Y Jesús les ordena hacer, aún no curados, lo que manda la ley a cuantos, ya limpios, deben dejarse readmitir en la vida de la comunidad: que sean los sacerdotes quienes reconozcan la sanación (Lv 14,1-4).
Obedecen a Jesús y se ponen a caminar como si ya estuvieran sanos, lo estarán antes de presentarse a los sacerdotes: se curaron, mientras iban de camino, mientras obedecían sin pruebas. Jesús no les curó inmediatamente, porque necesitaba de su obediencia para dejarlos limpios. No fue, pues, la ley respetada, sino la orden de Jesús cumplida lo que provocó la purificación.
La segunda parte se centra en uno solo de los leprosos, ‘el único que regresó a Jesús’ al verse curado’ (Lc 17,15-19). Anotando que era un samaritano, Lucas presenta intencionalmente al alejado, al que además era despreciado, por ser extranjero, como el único modelo de fe. Los demás no volvieron porque, quizá, habiendo cumplido con la ley, se habían reincorporado a la vida normal, recuperando familia y trabajo.
El caso es que todos fueron ‘sanados’, pero solo uno fue ‘salvado’. Había regresado para alabar a Dios y agradecer a su sanador. Este segundo encuentro, en solitario y con dos buenas razones, le otorga lo que no había pedido, pensado siquiera, su ‘salvación’.
Jesús dictamina que ha sido su fe, es decir, su viaje de vuelta para dar gloria a Dios y a él las gracias, la causa de su salvación. Diez leprosos pidieron un día a Jesús compasión y obtuvieron la curación, cuando le obedecieron, pero sólo uno de ellos alcanzó la salvación, el que tuvo la fe suficiente como para volver a dar gracias a Jesús y alabar a Dios.
El samaritano fue él único que se encontró con Dios.

II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida

El relato ejemplariza un preciso camino de fe que sólo un hombre supo recorrer hasta el final. El era samaritano, era extraño. Dirigiéndose a Jerusalén, Jesús atraviesa un pueblo. No va él esta vez en busca de oyentes para su evangelio ni de enfermos que curar, pero no se desentenderá de quien grite su necesidad. Aunque estaba de camino, se conmovió al ver su necesidad.
Quien, como Jesús, camina hacia su pasión, siente compasión con el que está sufriendo. No se entiende muy bien que quien camina lleno de pasión por Dios, en pos de cumplir su voluntad por más que le cueste la vida, pueda ver el sufrimiento y la soledad y pase de largo. Así no fue Jesús. ¿Somos compasivos?
Puede ser que no logremos entender bien el drama de esos leprosos ni su necesidad de curación, ya que siendo para nosotros hoy la lepra una enfermedad vencida por la ciencia, no comprendemos fácilmente la desgracia de quien la padecía.
En tiempos de Jesús se consideraba leproso a quien padecía cualquier tipo de enfermedad de piel, que por lo general eran entonces incurables y degenerativas. La deformación externa infundía terror y quienes no la podían ocultar eran expulsados de la sociedad, abandonados, incluso, por su propia familia.
Vivían en grupos para defenderse mejor del hambre y de su enfermedad. Puesto que se temía el contagio, raramente encontraban ayuda, o compasión de la gente. Ello hace más sincero el grito con que acudieron a Jesús: “Maestro, ten compasión de nosotros”.
Sufrían mucho sufrieron esos hombres y se atrevieron a pedir a gritos la compasión de Jesús. No tenían en quien confiar ni de quien esperar ayuda, porque su mal los marginaba, pero sintieron que Jesús estaba cerca de ellos y le pidieron compasión.
Les fue fácil llamar la atención de quien pasó a su lado. Respetando la ley le hablaron a distancia, a gritos. No se atrevieron a pedir su curación; sólo deseaban obtener un poco de compasión. Jesús no les dirigió una sola palabra de ánimo. Les responde, como prueba de su compasión, con un mandato: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”, les dice sin acercárseles. Mientras obedecían, en el camino quedaron sanos y salvos.
Los leprosos sabían que sólo los sacerdotes podían declararles curados; pero emprendieron el viaje, como si ya se sintieran curados sin estarlo todavía. La compasión de Jesús se expresó mediante una orden terminante, que logró la curación no pedida, cuando se estaba cumpliendo lo mandado. Jesús los curó no sólo porque tuvo compasión de su miseria sino también porque ellos obedecieron su palabra.
No les bastó saberse enfermos y necesitados de la compasión de Jesús, tuvieron que cumplir sus condiciones. Estaban tan desesperados que pidieron ayuda al que pasaba de largo en su camino; fueron curados al obedecer sin titubeos. En el camino se encontraron con la curación.
¿Tenemos hoy razones para llamar la atención de Jesús y lograr que se fije en nosotros? Si nuestros males – físicos y morales – más repugnantes nos pueden llevar a nuestro Salvador, ¿por qué maldecirlos? .
Y nosotros, ¿por qué no logramos suscitar piedad y compasión en Jesús? ¿No será que ya no la imploramos?. ¿Qué debilidad, externa o íntima nos falta aún por experimentar para confiarnos en el poder de nuestro Maestro?
O, ¿es que no nos sentimos todavía lo suficientemente solos con nuestros problemas y con nuestra impotencia como para pedir a Jesús tenga compasión de nosotros cuando para a nuestro lado?
En realidad nos falta fe, esa fe que nace de la conciencia de que no podemos darnos cuanto necesitamos y de que necesitamos a Dios para que nos salve de nuestras debilidades. Sobre todo, nos hace falta obediencia, tanta como para ponernos en camino a Dios.
Los leprosos no fueron curados sólo por pedir compasión; tuvieron que ponerse en camino buscando al sacerdote.
Dios quiere nuestra curación, pero Él tiene su cómo curarnos… ¡Cuántas veces hemos pensado que Dios no se interesa por nosotros. Tendríamos que aprender de los diez leprosos a obedecerle, mande lo que nos mande. Él nos libera de nuestras enfermedades, porque quiere y puede hacerlo. Obtendremos de nuestro Padre siempre compasión.
Los leprosos no fueron curados por una medicina, ni siquiera por una actuación personal de Jesús: desde lejos, les dirigió una palabra y alejándose de Él, se encontraron sanados.
A esos hombres les curó la Palabra que Jesús hoy nos dirige a nosotros; Él puede y quiere también curarnos a todos los que estamos enfermos… Si le obedecemos podremos recuperar la salud si vamos a donde su Palabra nos indica.
Los diez obedecieron al maestro; los diez se reconocieron curados mientras iban de camino hacia el sacerdote. La necesidad compartida les hizo encontrarse con Jesús y, siguiendo sus instrucciones, recibieron la completa curación. Mas sólo uno regresa a agradecer la curación; sólo él es curado en su interior. Que sólo uno, el extranjero, volviera a dar las gracias le hizo digno de una curación mayor, aunque menos visible.
El reconocimiento público de los dones recibidos de Dios es la forma de creer de verdad que Él salva el corazón, no sólo la piel, del hombre. Sigue ocurriendo que los extraños sean más agradecidos, porque esperan menos de Dios y al recibir sus dones, siguen siendo los que agradecidos y curados de males mayores.

III. ORAMOS nuestra vida desde este texto

Padre Dios, Tú conoces nuestros males y sabes qué necesitados estamos de curación física y espiritual. ¡Cuántas veces nos has dado la salud, y qué pocas somos conscientes y agradecidos contigo!.
No queremos solo quedar curados por Ti y por tu gran bondad. Hoy te pedimos la salvación. Ese don que Tú puedes y quieres dar a tus hijos, a quienes son agradecidos y saben aprovecharla…
Aumenta nuestra fe en Ti, en tu acción misericordiosa. Que como el samaritano, seamos agradecidos regresemos para alabarte y vivir en tu amistad. Que nos demos cuenta de cuánto haces en nosotros y por nosotros. Que tengamos como actitud la gratitud, el regresar a tu bondad y reconocer todo lo que haces en nosotros, para ser humildes y compartir con nuestros hermanos la alegría de la salvación. ¡Así sea!

Nessun commento:

Posta un commento