2 gennaio 2014

LECTIO DIVINA - CICLO A, (Mt 2, 1-12)

El relato evangélico es una catequesis que nos indica cómo se manifiesta el Señor en todo tiempo y cómo nosotros podemos encontrarlo. Acerquémonos a él con fe. Este pasaje pertenece a los dos primeros capítulos de Mateo, que constituyen una especie de prólogo de su obra; en él se nos presenta el origen histórico del Mesías, como hijo de David y el origen divino de Jesucristo, como el ‘Dios-con-nosotros’. Mateo nos ofrece una meditación profunda y empeñativa; nos pide hacer una elección a través de los personajes que él introduce: o reconocemos y acogemos al Señor, que ha nacido, o permanecemos indiferentes, hasta tratar de matarlo.
Estas perícopas nos ofrecen el recorrido de los sabios venidos de Oriente, que viniendo de lejos, buscan y acogen, aman y adoran al Señor Jesús. Su largo viaje, su búsqueda incansable, la conversión de sus corazones son realidades que nos hablan, están ya escritos en el rótulo de nuestra historia sagrada.
Epifanía significa manifestación. Celebramos en este día la manifestación de Jesús, el Salvador, al mundo pagano, representado por los sabios de Oriente; Él ha venido con la misión de ofrecer la salvación a todas las gentes, de todos los lugares y de todos los tiempos.
Es el día en que también nosotros, que no somos del pueblo judío por nacimiento, hemos recibido el don de la fe en Jesucristo, enviado del Padre, para la salvación del mundo.

SEGUIMIENTO

1. Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén,
2. diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.»
3. Al oírlo el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén.
4. Convocando a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, les preguntaba dónde había de nacer el Cristo.
5. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta:
6. Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.»
7. Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella.
8. Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.»
9. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.
10. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría.
11. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.
12. Y, avisados en sueños que no volvieran a Herodes, se retiraron a su país por otro camino.

I. LECTURA: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

El pasaje puede ser subdividido en dos partes principales, determinadas por el lugar en el que se desenvuelven las escenas: la primera parte (2, 1-9ª) sucede en Jerusalén, mientras la segunda tiene como punto focal Belén (2, 9b-12).
El pasaje se abre con las indicaciones precisas del lugar y del tiempo del nacimiento de Cristo: en Belén de Judea, al tiempo del rey Herodes. Dentro de esta realidad bien especificada, acompañan enseguida los Magos, viniendo de lejos, llegan a Jerusalén bajo la guía de una estrella: son ellos los que anuncian el nacimiento del Rey Señor. Preguntan dónde poder encontrarlo, porque quieren adorarlo.
A las palabras de los Magos, el rey Herodes, y con él toda Jerusalén, se turban y tienen miedo; en vez de acoger al Señor y aceptarlo, buscan el modo de eliminarlo. Herodes convoca a las autoridades del pueblo hebreo y a los expertos de las Escrituras: son ellos, con las antiguas profecías, los que deben decir y revelar que es Belén el lugar en el que se encuentra el Mesías.
Herodes llama secretamente a los Magos, porque quiere usarlos para sus fines malvados. Su interés de búsqueda está dirigido a la eliminación de Cristo.
Los Magos por la fuerza de la fe, y guiados por la estrella, parten y se dirigen hacia Belén. Reaparece la estrella, que camina junto a los Magos y los conduce hasta el lugar preciso de la presencia del Señor. Llenos de gozo, entran en la casa y se postran en adoración; ofrecen al Niño dones preciosos, porque reconocen en él el Rey y Señor.
Habiendo contemplado y adorado al Señor, los Magos reciben de Dios mismo la revelación; es Él mismo quien les habla. Son hombres nuevos; tienen consigo un nuevo cielo y una tierra nueva. Están libres de los engaños del Herodes del mundo y por eso regresan a la vida por un camino totalmente nuevo.
Estos personajes presentados por Mateo, representan el deseo humano de iniciar un camino para encontrar a Dios:
En Jerusalén, estos magos o sabios dan testimonio: “Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo”, esta estrella simboliza el surgimiento de otro verdadero “astro” según el texto: “Surgirá una estrella de Jacob y se levantará un hombre de Israel” (Num 24, 17); vencen las malas intenciones de Herodes, quien ve en Jesús una amenaza a su reinado; y la ignorancia de los sacerdotes y de los maestros de la ley, pues, a pesar de que saben dónde nacerá el Mesías, no se inquietan por ello; se dejan orientar por la Palabra de Dios, en la profecía de Miqueas (5, 2), que los maestros de la Ley indican (vs. 5-6); nuevamente la estrella los guía hasta Belén (v. 9); la estrella se convierte en figura del nuevo rey apenas nacido y les guía al lugar donde ha nacido y se encuentra. Interesante es anotar que esta estrella, no es visible en Jerusalén, sino que vuelve a aparecer a los Magos mientras ellos se alejan de la ciudad.

II. MEDITAMOS el texto desde nuestra vida.

Este pasaje está animado por el tema del viaje, del éxodo, de la salida. Los Magos, personajes misteriosos, se ponen en marcha, se alejan de su tierra y caminan a la búsqueda del Rey y Señor. La estrella que los guía es la luz de la fe, la llamada de Dios, que comienza a iluminar la oscuridad en la que vivían a pesar de ser hombres de estudio, dados a la investigación.
Mateo utiliza en el relato evangélico algunos verbos que acompañan el desarrollo de la aventura: llegar, ver, venir, enviar, andar, partir, regresar.
El recorrido de los Magos esconde en sí una aventura muy importante y significativa; en el campo espiritual se comprende y se valora por la fe que los sostuvo en su recorrido; la fe los fortaleció y los hizo encontrar y conocer a Dios.
Los sabios de Oriente dejaron su casa y su país; siguieron un camino. Quien sinceramente quiere encontrarse con el Señor tiene que hacer ese desprendimiento, y seguir caminando hasta llegar a la conversión, a la ascesis, al desprendimiento. Dios nos invita, nos llama y nos atrae con fuerza hacia Él; nos pone de pie, en movimiento; nos ofrece indicaciones y nos acompaña. ¿Somos conscientes de esta invitación? ¿Estamos dispuestos a dejar lo nuestro para seguir la estrella y encontrarnos con Él?
La Escritura nos ofrece muchos ejemplos que nos ayudan a entrar en este sendero de gracia y bendición. Dios dice a Abraham: “Sal de tu país y de la casa de tu padre hacia el país que yo te indicaré” (Gen 12, 1). También Jacob fue peregrino en la fe y en la conversión (Gén 28,10; Gen 29, 1). El Señor le habló a Abraham y le dijo: “Vuelve al país de tus padres y yo estaré contigo” (Gen 31, 3).
Moisés también fue un hombre que hizo camino: Dios mismo le señaló la vía: ‘el éxodo’. Toda su vida fue una larga marcha de salvación para sí y para sus hermanos: “¡Ahora ve! Yo te mando al Faraón. A Él le he dicho: ¡Haz salir de de Egipto a mi pueblo!” (Éx 3, 10).
Los Hombres venidos de Oriente se preguntaban: ¿Dónde está el rey de los Judíos? Me pregunto yo dónde está el Señor? ¿Qué hago para entender su presencia? ¿Me siento inquiet@ por llegar hasta Él y vivir en su compañía?
¿Estoy dispuest@ a salir de los lugares vacíos y viejos, de mis costumbres, de mis comodidades, para emprender el viaje de la fe, buscando a Jesús?
La estrella es un elemento muy importante en este pasaje, porque a ella se le confía la tarea de guiar a los Magos a su meta, de aclarar sus notas de viajes, de indicar con precisión el lugar de la presencia del Señor, de alegrar grandemente sus corazones. En la Biblia las estrellas son signos de bendición y de gloria, son una personificación de Dios, que no abandona a su pueblo, y al mismo tiempo, también del pueblo, que no se olvida de Dios y lo alaba y lo bendice (cfr. Sal 148, 3; Bar 3, 34).
El gesto de la adoración es tan antiguo como el hombre, porque, desde siempre, la relación con la divinidad ha estado acompañada de esta exigencia íntima de afecto, de humildad, de entrega.
Ante la grandeza de Dios, nosotros, pequeños, nos sentimos y nos descubrimos cada vez más, como un grano de polvo, como una gota de agua en la inmensidad del mar. ¿Hemos experimentado la adoración como actitud? ¿Qué nos favorece ese clima y qué nos la impide?
En el Antiguo Testamento el gesto de la adoración aparece como un acto de amor a Dios, que espera la participación de la persona con su mente, su voluntad, su afecto, y su cuerpo; con él se inclina y se postra en tierra. Muchas veces se ha dicho que la adoración va acompañada de la postración. El rostro del hombre, su mirada, su respiración, su reconocimiento lo hacen ir a Dios, reconociéndolo como su Creador, su libertador, su Padre. El profeta Isaías dijo: “Vengan, subamos al monte del Señor” (Is 2, 3)… Nos indicó el camino a seguir, para llegar a la verdad y para vivir en plenitud.
¿Vivo una relación de amor para con Dios? ¿Gozo en su presencia? ¿Le doy el lugar que el merece tener en mi vida? ¿A quién entrego mis tesoros, mis esfuerzos, mi trabajo mi vida?
El Nuevo Testamento profundiza todavía más la reflexión espiritual sobre esta realidad y nos acompaña en un recorrido pedagógico de conversión y madurez del hombre interior que todos llevamos dentro. En los Evangelios vemos mujeres y discípulos que adoran al Señor Jesús después de su resurrección (Mt 28,9; Lc 24,52), porque lo reconocen como Dios. Cuando Jesús dialoga con la Samaritana, la lleva a su verdad, a tomar conciencia de su vida… No es yendo de un sitio a otro, no es buscando ésta o aquélla novedad espiritual como vamos a adorar a Dios. El movimiento, la partida, el viaje interior, el ir hacia la profundidad y llegar a la entrega de nosotros mismos, de nuestra vida, de toda nuestra realidad nos hará “Adorad al Señor, Cristo, en nuestros corazones” (1 Pe 3, 15) para dejarnos tocar por su gracia y transformar nuestra persona para ser hombres y mujeres nuevos.

III. ORAMOS nuestra vida a la luz de este texto

Señor, Padre nuestro, hemos visto tu estrella, hemos abierto nuestros ojos a tu presencia de amor y de salvación; te nos has manifestado en tu Hijo muy amado. Hemos contemplado la noche transformada en claridad, el dolor en alegría, la soledad en comunión: todo esto ha sucedido delante de Ti, porque la Palabra hecha carne se nos ha hermanado.

La fiesta de la Epifanía nos ha hecho descubrir tu presencia en nuestro mundo y comprender nuestra vocación: manifestarte a todos los que nos encontremos en el camino de la vida. Te hemos visto en tu Hijo Jesús, Salvador nuestro: te adoramos; hemos encontrado razón a nuestra fe; hemos callado y hemos hablado contigo y por ti. Como los sabios de Oriente regresamos a nuestra vida ordinaria, tomamos de nuevo nuestro camino; que no es el mismo por el que vinimos a Ti; ayúdanos a abrirnos al amor, a la escucha, a la acogida de los muchos hermanos que tú darás como compañeros de ruta. Y que como María sepamos ofrecerte a quienes te buscan, para que este mundo sea más y más tuyo, por Cristo Jesús. ¡Así sea!


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